miércoles, 31 de agosto de 2011

EL INGENIOSO HIDALGO, DON QUIJOTE DE LA MANCHA


Miguel de Cervantes 

Prólogo

AL DUQUE DE BEJAR, marqués de Gibraleón, conde de Benalcázar y Bañares, vizconde de la Puebla de Alcocer, señor de las Villas de Capilla, Curiel y Burguillos.

En fe del buen acogimiento y honra que hace Vuestra Excelencia a toda suerte de libros, como Príncipe tan inclinado a favorecer las buenas artes, mayormente las que por su nobleza no se abaten al servicio y granjerías del vulgo, he determinado de sacar a luz el INGENIOSO HIDALGO DON QUIJOTE DE LA MANCHA al abrigo del clarísimo nombre de Vuestra Excelencia, a quien, con el acatamiento que debo a tanta grandeza, suplico le reciba agradablemente en su protección, para que a su sombra, aunque desnudo de aquel precioso ornamento de elegancia y erudición de que suelen andar vestidas las obras que se componen en las casas de los hombres que saben, ose parecer seguramente en el juicio de algunos, que no conteniéndose en los límites de su ignorancia, suelen condenar con más rigor y menos justicia los trabajos ajenos: que poniendo los ojos la prudencia de Vuestra Excelencia en mi buen deseo, fío que no desdeñará la cortedad de tan humilde servicio.
MIGUEL DE CERVANTES SAAVEDRA EL EDITOR Muchas son las ediciones que se han hecho de la inmortal obra del Manco de Lepanto, no solamente en nuestra España, que se honra en haber sido cuna de tan peregrino ingenio, sino en casi todos los idiomas conocidos, pues son innumerables las traducciones de esta preciosa producción a la que tantos elogios han tributado y tributan cada día los hombres amantes de la buena literatura.
No es solamente el DON QUIJOTE DE LA MANCHA, un libro de recreo; es una obra que encierra profunda instrucción y cuyas páginas contienen una moral sólida, que instruye al mismo tiempo que recrea.
Al dar a luz la presente edición, que esperamos sea bien acogida del público, hemos procurado tener a la vista las mejores ediciones publicadas por la Academia, encargando la corrección a una persona entendida, para que salga lo más perfecta posible.
Enemigos de profanar los grandes monumentos de nuestra literatura, no hemos seguido el camino trazado por algun editor, de presentar el QUIJOTE en la forma de la novela moderna; principalmente en los diálogos; lo único que hemos hecho es dividir en párrafos los capítulos, y esto sin abuso, para hacer más descansada la lectura, y hacer uso de la moderna ortografía en ciertas y determinadas voces.
Habíamos pensado colocar notas de eruditos escritores al pie de las páginas, pero hemos creido más conveniente darlas al final.
También repartiremos al terminar la obra la Vida de Cervantes Si el público nos concede su favor se verán satisfechas las aspiraciones de
EL EDITOR
Barcelona, Noviembre de 1880

PROLOGO

Desocupado lector: Sin juramento me podrás creer, que quisiera que este libro, como hijo del entendimiento, fuera el más hermoso, el más gallardo y más discreto que pudiera imaginarse. Pero no he podido yo contravenir la orden de naturaleza, que en ella cada cosa engendra su semejanza. Y así ¿qué podía engendrar el estéril y mal cultivado ingenio mío, sino la historia de un hijo seco, avellanado, antojadizo, y lleno de pensamientos varios y nunca imaginados de otro alguno: bien como quien se engendró en una cárcel, donde toda incomodidad tiene su asiento, y donde todo triste ruido hace su habitación? El sosiego, el lugar apacible, la amenidad de los campos, la serenidad de los cielos, el murmurar de las fuentes, la quietud del espíritu son grande parte para que las Musas más estériles se muestren fecundas y ofrezcan partos al mundo, que le colmen de maravilla y de contento. Acontece tener un padre un hijo feo y sin gracia alguna, y el amor que le tiene le pone una venda en los ojos para que no vea sus faltas; antes las juzga por discreciones y lindezas y las cuenta a sus amigos por agudezas y donaires. Pero yo que aunque parezco padre soy padrastro de D. Quijote, no quiero irme con la corriente del uso, ni suplicarte casi con las lágrimas en los ojos, como otros hacen, lector carísimo, que perdones o disimules las faltas que en este mi hijo vieres: y pues ni eres su pariente, su amigo y tienes tu alma en tu cuerpo, y tu libre albedrío como el más pintado, y estás en tu casa, donde eres señor de ella, como el rey de sus alcabalas, y sabes lo que comúnmente se dice, que debajo de mi manto al rey mato, todo lo cual te exenta y hace libre de todo respeto y obligación, y así puedes decir de la historia todo aquello que te pareciere, sin temor que te calumnien por el mal, ni te premien por el bien que dijeres de ella.
Sólo quisiera dártela monda y desnuda, sin el ornato de prólogo ni de la innumerabilidad y catálogo de los acostumbrados sonetos, epigramas y elogios que al principio de los libros suelen ponerse. Porque te sé decir, que aunque me costó algún trabajo componerla, ninguno tuve por mayor que hacer esta prefación que vas leyendo. Muchas veces tomé la pluma para escribirla, y muchas la dejé por no saber lo que escribiría. Y estando una suspenso, con el papel delante, la pluma en la oreja, el codo en el bufete y la mano en la mejilla, pensando lo que diría, entró a deshora un amigo mío, gracioso y bien entendido, el cual, viéndome tan imaginativo, me preguntó la causa, y no encubriéndosela yo, le dije que pensaba en el prólogo que había de hacer a la historia de D. Quijote, y que me tenía de suerte que ni quería hacerle, ni menos sacar a luz las hazañas de tan noble caballero. Porque ¿cómo no queréis vos que no me tenga confuso el que dirá el antiguo legislador, que llaman vulgo, cuando vea que al cabo de tantos años como ha que duerme en el silencio del olvido, salgo ahora con todos mis años a cuestas, con una leyenda seca como un esparto, ajena de invención, menguada de estilo, pobre de conceptos, y falta de toda erudición y doctrina, sin acotaciones en las márgenes, y sin anotaciones en el fin del libro como veo que están otros libros, aunque sean fabulosos y profanos, tan llenos de sentencias de Aristóteles, de Platon y de toda la caterva de filósofos, que admiran a los leyentes, y tienen a sus autores por hombres leídos, eruditos y elocuentes? ¡Pues qué, cuando citan la divina Escritura, no dirán sino que son unos Santos Tomases y otros doctores de la Iglesia, guardando en esto un decoro tan ingenioso, que en un renglón han pintado un enamorado distraído, y en otro hacen un sermonico cristiano, que es un contento y un regalo oirle o leerle!
De todo esto ha de carecer mi libro, porque ni tengo que acotar en el margen, ni que anotar en el fin, ni menos sé qué autores sigo en él, para ponerlos al principio como hacen todos, por las letras del A B C, comenzando en Aristóteles y acabando en Xenofonte y en Zoilo, o Zenxis, aunque fue maldiciente el uno y pintor el otro. También ha de carecer mi libro de sonetos al principio, a lo menos de sonetos cuyos autores sean duques, marqueses, condes, obispos, damas o poetas celebérrimos; aunque si yo los pidiese a dos o tres oficiales amigos, yo sé que me los darían, y tales que no les igualasen los de aquellos que tienen más nombre en nuestra España.
En fin, señor y amigo mío, proseguí, yo determino que el señor Don Quijote se quede sepultado en sus archivos en la Mancha, hasta que el cielo depare quien le adorne de tantas cosas como le faltan, porque yo me hallo incapaz de remediarlas por mi insuficiencia y pocas letras, y porque naturalmente soy poltrón, y perezoso de andarme buscando autores que digan lo que yo me sé decir sin ellos. De aquí nace la suspensión y elevamiento en que me hallásteis: bastante causa para ponerme en ella la que de mí habéis oido.
Oyendo lo cual mi amigo, dándose una palmada en la frente, y disparando en una larga risa, me dijo: Por Dios, hermano, que ahora me acabo de desengañar de un engaño en que he estado todo el mucho tiempo que ha que os conozco, en el cual siempre os he tenido por discreto y prudente en todas vuestras acciones; pero ahora veo que estáis tan lejos de serlo, como lo está el cielo de la tierra. ¿Cómo que es posible, que cosas de tan poco momento y tan fáciles de remediar, puedan tener fuerzas de suspender y absortar un ingenio tan maduro como el vuestro, y tan hecho a romper y atropellar por otras dificultades mayores? A la fe, esto no nace de falta de habilidad, sino de sobra de pereza y penuraia de discurso. ¿Queréis ver si es verdad lo que digo? Pues estadme atento, y veréis cómo en un abrir y cerrar de ojos confundo todas vuestras dificultades, y remedio todas las faltas que decís que os suspenden y acobardan para dejar de sacar a la luz del mundo la historia de vuestro famoso Don Quijote, luz y espejo de toda la caballería andante. Decid, le repliqué yo, oyendo lo que me decía, ¿de qué modo pensáis llenar el vacío de mi temor, y reducir a claridad el caos de mi confusión? A lo cual él dijo: Lo primero en que reparáis de los sonetos, epigramas o elogios que os faltan para el principio, y que sean de personajes graves y de título, se puede remediar con que vos mismo toméis algún trabajo en hacerlos, y después los podéis bautizar y poner el nombre que quisiérais, ahijándolos al preste Juan de las Indias, o al emperador de Trapisonda, de quien yo sé que hay noticia que fueron famosos poetas... Y cuando no lo hayan sido, y hubiere algunos pedantes y bachilleres, que por detrás os muerdan y murmuren de esta verdad, no se os dé dos maravedís, porque ya que os averigüen la mentira, no os han de cortar la mano con la que lo escribísteis.
En lo de citar en las márgenes los libros y autores de donde sacáreis las sentencias y dichos que pusiéreis en vuestra historia, no hay más sino hacer de manera que vengan a pelo algunas sentencias, o latines que vos sepáis de memoria, o a lo menos que os cueste poco trabajo el buscarlos, como será poner, tratando de libertad y cautiverio:
Non bene pro toto libertas venditur auro.
Y luego en el margen citar a Horacio, o a quien lo dijo.
Si tratáreis del poder de la muerte, acudid luego con:
Pallida mors aequo pulsat pede
Pauperum tabernas, Regumque turres. Si de la amistad y amor de Dios manda que se tenga al enemigo, entraos luego al punto por la Escritura divina, que lo podéis hacer con tantico de curiosidad, y decir las palabras por lo menos del mismo Dios: Ego autem dico vobis, diligite inimicos vestros. Si tratáreis de malos pensamientos, acudid con el Evangelio: De corde exeunt cogitationes malae. Si de la instabilidad de los amigos, ahí está Catón que os dará su dístico:
Donec eris felix, multos numerabis amicos; Tempora si fuerint nubila, solus eris
Y con estos latinicos y otros tales os tendrán siquiera por gramático, que el serlo no es de poca honra y provecho el día de hoy. En lo que toca al poner anotaciones al fin del libro, segúramente lo podéis hacer de esta manera: Si nombráis algún gigante en vuestro libro, hacedle que sea el gigante Golías, y con sólo esto, que os costará casi nada, tenéis una grande anotación, pues podéis poner: El gigante Golías o Goliat fue un filisteo, a quien el pastor David mató de una gran pedrada en el valle de Terebinto, según se cuenta en el libro de los Reyes, en el capítulo que vos halláreis que se escribe.
Tras esto, para mostraros hombre erudito en letras humanas y cosmógrafo, haced de modo como en vuestra historia se nombre el río Tajo, y vereisos luego con otra famosa anotación, poniendo: El río Tajo fue así dicho por un rey de las Españas; tiene su nacimiento en tal lugar, y muere en el mar Océano, besando los muros de la famosa ciudad de Lisboa, y es opinión que tiene las arenas de oro, etc. Si tratáreis de ladrones, yo os daré la historia de Caco, que la sé de coro. Si de mujeres rameras, ahí está el obispo de Mondoñedo que os prestará a Lamia, Laida y Flora, cuya anotación os dará gran crédito. Si de crueles, Ovidio os entregará a Medea. Si de encantadoras y hechiceras, Homero tiene Calipso, y Virgilio a Circe. Si de capitanes valerosos, el mismo Julio César os prestará a sí mismo en sus comentarios, y Plutarco os dará mil Alejandros. Si tratáreis de amores, con dos onzas que sepáis de la lengua toscana, toparéis con León Hebreo, que os hincha las medidas. Y si no queréis andaros por tierras extrañas, en vuestra casa tenéis a Fonseca del amor de Dios, donde se cifra todo lo que vos y el más ingenioso acertare a desear en tal materia. En resolución, no hay más sino que vos procuréis nombrar estos nombres, o tocar estas historias en las vuestras, que aquí he dicho, y dejadme a mí el cargo de poner las anotaciones y acotaciones, que yo os voto a tal de llenaros las márgenes de gastar cuatro pliegos en fin del libro.
Vengamos ahora a la citación de los autores, que los otros libros tienen, que en el vuestro os faltan. El remedio que esto tiene es muy fácil, porque no habéis de hacer otra cosa que buscar un libro que los acote todos, desde la A hasta la Z, como vos decís. Pues ese mismo abecedario pondréis vos en vuestro libro; que puesto que a la clara se vea la mentira, por la poca necesidad que vos teníais de qprovecharos de ellos, no importa nada, y quizá alguno habrá tan simple, que crea que de todos os habéis aprovechado en la simple y sencilla historia vuestra. Y cuando no sirva de otra cosa, por lo menos servirá aquel largo catálogo de autores a dar de improviso autoridad al libro. Y más, que no habrá quien se ponga a averiguar si los seguísteis, o no los seguísteis, no yéndole nada en ello cuanto más que, si bien caigo en la cuenta, este vuestro libro no tiene necesidad de ninguna cosa de aquellas que vos decís que os falta, porque todo él es una invectiva contra los libros de caballerías, de quien nunca se acordó Aristóteles, ni dijo nada San Basilio, ni alcanzó Cicerón: ni caen debajo de la cuenta de sus fabulosos disparates las puntualidades de la verdad, ni las observaciones de la astrología: ni lo son de importancia las medidas geométricas, ni la conutación de los argumentos de quien se sirve la retórica: ni tiene para qué predicar a ninguno, mezclando lo humano con lo divino, que es un género de mezcla de quien no se ha de vestir ningún cristiano entendimiento. Sólo tiene que aprovecharse de la imitación en lo que fuere escribiendo, que cuanto ella fuere más perfecta, tanto mejor será lo que se escribiere.
Y pues esta vuestra escritura no mira a más que a deshacer la autoridad y cabida que en el mundo y en el vulgo tienen los libros de caballerías, no hay para qué andéis mendigando sentencias de filósofos, consejos de la divina Escritura, fábulas de poetas, oraciones de retóricos, milagros de santos: sino procurar que a la llana, con palabras significantes, honestas y bien colocadas, salga vuestra oración y período sonoro y festivo pintando en todo lo que alcanzáreis y fuere posible vuestra intención, dando a entender vuestros conceptos, sin intrincarlos y oscurecerlos.
Procurad también que leyendo vuestra historia, el melancólico se mueva a risa, el risueño la acreciente, el simple no se enfade, el discreto se admire de la invención, el grave no la desprecie, ni el prudente deje de alabarla. En efecto, llevad la mira puesta a derribar la máquina mal fundad de estos caballerescos libros, aborrecidos de tantos y alabados de muchos más: que si esto alcanzáseis, no habríais alcanzado poco.
Con silencio grande estuve escuchando lo que mi amigo me decía, y de tal manera se imprimieron en mí sus razones, que sin ponerlas en disputa las aprobé por buenas, y de ellas mismas quise hacer este prólogo, en el cual verás, lector suave, la discreción de mi amigo, la buena ventura mía en hallar en tiempo tan necesitado tal consejero, y el alivio tuyo en hallar tan sincera y tan sin revueltas la historia del famoso Don Quijote de la Mancha; de quien hay opinión por todos los habitadores del campo de Montiel, que fue el más casto enamorado, y el más valiente caballero que de muchos años a esta parte se vió en aquellos contornos.
Yo no quiero encarecerte el servicio que te hago en darte a conocer tan notable y tan honrado caballero; pero quiero que me agradezcas el conocimiento que tendrás del famoso Sancho Panza, su escudero, en quien a mi parecer te doy cifradas todas las gracias escuderiles, que en la caterva de los libros vanos de caballerías están esparcidas.
Y con esto, Dios te dé salud, y a mí no olvide. Vale.

AL LIBRO DE D. QUIJOTE DE LA MANCHA

URGANDA LA DESCONOCIDA
Si de llegarte a los bue-
libro, fueres con letu-
no te dirá el boquirru-
que no pones bien los de-
Mas si el pan no te se cue-
por ir a manos de idio-
verás de manos a bo-
aun no dar una en el cla-
si bien se comen las ma-
por mostrar que son curio-
Y pues la experiencia ense-
que el que a buen árbol se arri-
buena sombra le cobi-
en Béjar tu buena estre-
Un árbol real te ofre-
que da príncipes por fru-
en el cual florece un du-
que es un nuevo Alejandro Ma-
llega a su sombra, que a osa-
favorece la fortu-
De un noble hidalgo manche-
contarás las aventu-
a quien ociosas letu-
trastornaron el cere-
Damas, armas, caballe-
le provocaron de mo-
que cual Orlando furio-
templado a lo enamora-
alcanzó a fuerza de bra-
a Dulcinea del Tobo-
No indiscretos hierogli-
estampes en el escu-
que, cuando es todo figu-
con ruines puntos se envi-
Si en la dirección te humi-
no dirá mofante algu-
que don Alvaro de Lu-
que Aníbal el de Carta-
que el rey Francisco en Espa-
se queja de la Fortu-
Pues al cielo no le plu-
que salieses tan ladi-
como el negro Juan Lati-
hablar latines rehu-
No me despuntes de agu-
ni me alegues con filo-
porque torciendo la bo-
dirá el que entiende la le-
no un palmo de las ore-
¿para qué conmigo flo-
No temetas en dibu-
ni en saber vidas aje-
que en lo que va ni vie-
pasar de largo es cordu-
Que suelen en caperu-
darles a los que grace-
mas tú quémate las ce-
sólo en cobrar buena fa-
que el que imprime neceda-
dalas a censo perpé-
Advierte que es desati-
siendo de vidrio el teja-
tomar piedras en la ma-
para tirar al veci-
Deja que el hombre de jui-
en las obras que compo-
se vaya con pies de plo-
que el que saca a luz pape-
para entretener donce-
escribe a tontas y a lo-

AMADIS DE GAULA. A DON QUIJOTE DE LA MANCHA.

Soneto
Tú que imitaste la lorosa vida,
Que tuve ausente y desdeñado sobre
El gran ribazo de la Peña Pobre,
De alegre a penitencia reducida:
Tú, a quien los ojos dieron la bebida
De abundante licor, aunque salobre,
Y alzándote la plata, estaño y cobre,
Te dió la tierra en tierra la comida:
Vive seguro de que eternamente,
En tanto al menos que en la cuarta esfera
Sus caballos aguije el rubio Apolo.
Tendrás claro renombre de valiente,
Tu patria será en todas la primera.
Tu sabio autor al mundo único y solo.

D. BELIANIS DE GRECIA.
A DON QUIJOTE DE LA MANCHA.

Soneto
Rompí, corté, abollé, y dije, e hice.
Más que en el orbe caballero andante;
Fui diestro, fui valiente, fui arrogante,
Mil agravios vengué, cien mil deshice.
Hazañas di a la fama que eternice,
Fuí comedido y regalado amante,
Fue enano para mí todo gigante,
Y al duelo en cualquier punto satisfice.
Tuve a mis pies postrada la fortuna,
Y trajo del copete mi cordura
A la calva ocasión al estricote.
Mas, aunque sobre el cuerno de la luna
Siempre se vió encumbrada mi ventura,
Tus proezas envidio, oh gran Quijote.

LA SEÑORA ORIANA.
A DULCINEA DEL TOBOSO.

Soneto
¡Oh, quien tuviera, hermosa Dulcinea,
Por más comodidad y más reposo,
A Miraflores puesto en el Toboso,
Y trocara su Londres con tu aldea!
¡Oh, quien de tus deseos y librea
Alma y cuerpo adornara, y del famoso
Caballero, que hiciste venturoso,
Mirara alguna desigual pelea!
¡Oh, quién tan castamente se escapara
Del señor Amadis, como tú hiciste
Del comedido hidalgo Don Quijote!
Que así envidiada fuera, y no envidiara,
Y fuera alegre el tiempo que fue triste,
Y gozara los gustos sin escote.

GANDALIN, ESCUDERO DE AMADIS DE GAULA, A SANCHO PANZA, ESCUDERO DE D. QUIJOTE.

Soneto
Salve, varón famoso, a quien fortuna,
Cuando en el trato escuderil te puso,
Tan blanda y cuerdamente lo dispuso,
Que lo pasaste sin desgracia alguna.
Ya a la azada o la hoz poco repuna
Al andante ejercicio, ya está en uso
La llaneza escudera con que acuso
Al soberbio que intenta hollar la luna.
Envido a tu jumento y a tu nombre,
Y a tus alforjas igualmente envidio,
Que mostraron tu cuerda providencia.
Salve otra vez, oh Sancho tan buen hombre
Que a solo ti nuestro español Ovidio
Con buz corona y hace reverencia.

DEL DONOSO POETA ENTREVERADO.

A SANCHO PANZA Y ROCINANTE.
Soy Sancho panza escude-
del manchego don Quijo-
puse pies en polvoro-
por vivir a lo discre-
Que el tácito Villadie-
toda su razón de esta-
cifró en una retira-
según siente Celesti-
libro en mi opinión divi-
si encubriera más lo huma-

A ROCINANTE
Soy Rocinante el famo-
biznieto del gran Babie-
por pecados de flaque-
fui a poder de un don Quijo-
Parejas corrí a lo flo-
mas por uña de caba-
no se me escapó ceba-
que esto saqué a Lazari-
cuando para hurtar el vi-
al ciego le di la pa-

ORLANDO FURIOSO
A D. QUIJOTE DE LA MANCHA

Soneto
Si no eres Par, tampoco le has tenido,
Que par pudieras ser entre mil Pares,
Ni puede haberle donde tú te hallares,
Invicto vencedor, jamás vencido.
Orlando soy, Quijote, que perdido
Por Angélica, vi remotos mares,
Ofreciendo a la fama en sus altares
Aquel valor que respetó el olvido.
No puedo ser tu igual, que este decoro
Se debe a tus proezas y a tu fama,
Puesto que como yo perdiste el seso.
Mas serlo has mío, si al soberbio moro
Y escita fiero domas, que hoy nos llama
Iguales en amor con mal suceso.

EL CABALLERO DEL FEBO
A D. QUIJOTE DE LA MANCHA

Soneto
A vuestra espada no igualó la mía,
Febo español, curioso cortesano;
Ni a la alta gloria de valor mi mano,
Que rayo fue do nace y muere el día.
Imperios desprecié, y la monarquía,
Que me ofreció el oriente rojo en vano,
Dejé por ver el rostro soberano
De Claridiana, aurora hermosa mía.
Améla por milagro único y raro,
Y ausente en su desgracia, el propio infierno
Temió mi brazo, que domó su rabia.
Mas vos, godo Quijote, ilustre y claro,
Por Dulcinea sois al mundo eterno,
Y ella por vos famosa, honesta y sabia.

DEL SOLISDAN.
DON QUIJOTE DE LA MANCHA.

Soneto
Magüer, señor Quijote, que sandeces
Vos tengan el cerbelo derrumbado,
Nunca seréis de alguno reprochado,
Por hombre de obras viles y soeces.
Serán vuesas fazañas los joeces,
Pues tuertos desfaciendo habéis andado,
Siendo vegadas mil apaleado
Por follones cautivos y raheces.
Y si la vuesa linda Dulcinea
Desaguisado contra vos comete,
Ni a vuesas cuitas muestra buen talante.
En tal desaman vueso conforte sea,
Que Sancho Panza fue mal alcahuete,
Necio él, dura ella, y vos no amante.

DIALOGO ENTRE BABIECA Y ROCINANTE

Soneto
B. ¿Cómo estáis, Rocinante tan delgado?
R. Porque nunca se come y se trabaja.
B. ¿Pues qué es de la cebada y de la paja?
R. No me deja mi amo ni un bocado.
B. Andad, señor, que estáis muy mal criado.
Pues vuestra lengua de asno al amo ultraja.
R. Asno se es de la cuna a la mortaja.
¿Queréislo ver? Miradlo enamorado.
B. ¿Es necedad amar? R. No es gran prudencia
B. Metafísico estáis. R. Es que no como.
B. Quejáos del escudero. R. No es bastante.
¿Cómo me he de dejar en mi dolencia,
Si el amo y escudero, o mayordomo,
Son tan rocines como Rocinante?

Capítulo Primero

Que trata de la condición y ejercicio del famoso hidalgo D. Quijote de la Mancha

En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor. Una olla de algo más vaca que carnero, salpicón las más noches, duelos y quebrantos los sábados, lentejas los viernes, algún palomino de añadidura los domingos, consumían las tres partes de su hacienda. El resto della concluían sayo de velarte, calzas de velludo para las fiestas con sus pantuflos de lo mismo, los días de entre semana se honraba con su vellori de lo más fino. Tenía en su casa una ama que pasaba de los cuarenta, y una sobrina que no llegaba a los veinte, y un mozo de campo y plaza, que así ensillaba el rocín como tomaba la podadera. Frisaba la edad de nuestro hidalgo con los cincuenta años, era de complexión recia, seco de carnes, enjuto de rostro; gran madrugador y amigo de la caza. Quieren decir que tenía el sobrenombre de Quijada o Quesada (que en esto hay alguna diferencia en los autores que deste caso escriben), aunque por conjeturas verosímiles se deja entender que se llama Quijana; pero esto importa poco a nuestro cuento; basta que en la narración dél no se salga un punto de la verdad.
Es, pues, de saber, que este sobredicho hidalgo, los ratos que estaba ocioso (que eran los más del año) se daba a leer libros de caballerías con tanta afición y gusto, que olvidó casi de todo punto el ejercicio de la caza, y aun la administración de su hacienda; y llegó a tanto su curiosidad y desatino en esto, que vendió muchas hanegas de tierra de sembradura, para comprar libros de caballerías en que leer; y así llevó a su casa todos cuantos pudo haber dellos; y de todos ningunos le parecían tan bien como los que compuso el famoso Feliciano de Silva: porque la claridad de su prosa, y aquellas intrincadas razones suyas, le parecían de perlas; y más cuando llegaba a leer aquellos requiebros y cartas de desafío, donde en muchas partes hallaba escrito: la razón de la sinrazón que a mi razón se hace, de tal manera mi razón enflaquece, que con razón me quejo de la vuestra fermosura, y también cuando leía: los altos cielos que de vuestra divinidad divinamente con las estrellas se fortifican, y os hacen merecedora del merecimiento que merece la vuestra grandeza. Con estas y semejantes razones perdía el pobre caballero el juicio, y desvelábase por entenderlas, y desentrañarles el sentido, que no se lo sacara, ni las entendiera el mismo Aristóteles, si resucitara para sólo ello. No estaba muy bien con las heridas que don Belianis daba y recibía, porque se imaginaba que por grandes maestros que le hubiesen curado, no dejaría de tener el rostro y todo el cuerpo lleno de cicatrices y señales; pero con todo alababa en su autor aquel acabar su libro con la promesa de aquella inacabable aventura, y muchas veces le vino deseo de tomar la pluma, y darle fin al pie de la letra como allí se promete; y sin duda alguna lo hiciera, y aun saliera con ello, si otros mayores y continuos pensamientos no se lo estorbaran.
Tuvo muchas veces competencia con el cura de su lugar (que era hombre docto graduado en Sigüenza), sobre cuál había sido mejor caballero, Palmerín de Inglaterra o Amadís de Gaula; mas maese Nicolás, barbero del mismo pueblo, decía que ninguno llegaba al caballero del Febo, y que si alguno se le podía comparar, era don Galaor, hermano de Amadís de Gaula, porque tenía muy acomodada condición para todo; que no era caballero melindroso, ni tan llorón como su hermano, y que en lo de la valentía no le iba en zaga.
En resolución, él se enfrascó tanto en su lectura, que se le pasaban las noches leyendo de claro en claro, y los días de turbio en turbio, y así, del poco dormir y del mucho leer, se le secó el cerebro, de manera que vino a perder el juicio. Llenósele la fantasía de todo aquello que leía en los libros, así de encantamientos, como de pendencias, batallas, desafíos, heridas, requiebros, amores, tormentas y disparates imposibles, y asentósele de tal modo en la imaginación que era verdad toda aquella máquina de aquellas soñadas invenciones que leía, que para él no había otra historia más cierta en el mundo.
Decía él, que el Cid Ruy Díaz había sido muy buen caballero; pero que no tenía que ver con el caballero de la ardiente espada, que de sólo un revés había partido por medio dos fieros y descomunales gigantes. Mejor estaba con Bernardo del Carpio, porque en Roncesvalle había muerto a Roldán el encantado, valiéndose de la industria de Hércules, cuando ahogó a Anteo, el hijo de la Tierra, entre los brazos. Decía mucho bien del gigante Morgante, porque con ser de aquella generación gigantesca, que todos son soberbios y descomedidos, él solo era afable y bien criado; pero sobre todos estaba bien con Reinaldos de Montalbán, y más cuando le veía salir de su castillo y robar cuantos topaba, y cuando en Allende robó aquel ídolo de Mahoma, que era todo de oro, según dice su historia. Diera él, por dar una mano de coces al traidor de Galalón, al ama que tenía y aun a su sobrina de añadidura.
En efecto, rematado ya su juicio, vino a dar en el más extraño pensamiento que jamás dio loco en el mundo, y fue que le pareció convenible y necesario, así para el aumento de su honra, como para el servicio de su república, hacerse caballero andante, e irse por todo el mundo con sus armas y caballo a buscar las aventuras, y a ejercitarse en todo aquello que él había leído, que los caballeros andantes se ejercitaban, deshaciendo todo género de agravio, y poniéndose en ocasiones y peligros, donde acabándolos, cobrase eterno nombre y fama.
Imaginábase el pobre ya coronado por el valor de su brazo por lo menos del imperio de Trapisonda: y así con estos tan agradables pensamientos, llevado del estraño gusto que en ellos sentía, se dió priesa a poner en efecto lo que deseaba. Y lo primero que hizo, fue limpiar unas armas, que habían sido de sus bisabuelos, que, tomadas de orín y llenas de moho, luengos siglos había que estaban puestas y olvidadas en un rincón. Limpiólas y aderezólas lo mejor que pudo; pero vió que tenían una gran falta, y era que no tenía celada de encaje, sino morrión simple; mas a esto suplió su industria, porque de cartones hizo un modo de media celada, que encajada con el morrión, hacía una apariencia de celada entera. Es verdad que para probar si era fuerte, y podía estar al riesgo de una cuchillada, sacó su espada, y le dió dos golpes, y con el primero y en un punto deshizo lo que había hecho en una semana: y no dejó de parecerle mal la facilidad con que la había hecho pedazos, y por asegurarse de este peligro, lo tornó a hacer de nuevo, poniéndole unas barras de hierro por de dentro de tal manera, que él quedó satisfecho de su fortaleza; y, sin querer hacer nueva experiencia de ella, la diputó y tuvo por celada finísima de encaje. Fue luego a ver a su rocín, y aunque tenía más cuartos que un real, y más tachas que el caballo de Gonela, que tantum pellis, et ossa fuit, le pareció que ni el Bucéfalo de Alejandro, ni Babieca el del Cid con él se igualaban. Cuatro días se le pasaron en imaginar qué nombre le podría: porque, según se decía él a sí mismo, no era razón que caballo de caballero tan famoso, y tan bueno él por sí, estuviese sin nombre conocido; y así procuraba acomodársele, de manera que declarase quien había sido, antes que fuese de caballero andante, y lo que era entones: pues estaba muy puesto en razón, que mudando su señor estado, mudase él también el nombre; y le cobrase famoso y de estruendo, como convenía a la nueva orden y al nuevo ejercicio que ya profesaba: y así después de muchos nombres que formó, borró y quitó, añadió, deshizo y tornó a hacer en su memoria e imaginación, al fin le vino a llamar ROCINANTE, nombre a su parecer alto, sonoro y significativo de lo que había sido cuando fue rocín, antes de lo que ahora era, que era antes y primero de todos los rocines del mundo. Puesto nombre y tan a su gusto a su caballo, quiso ponérsele a sí mismo, y en este pensamiento, duró otros ocho días, y al cabo se vino a llamar DON QUIJOTE, de donde como queda dicho, tomaron ocasión los autores de esta tan verdadera historia, que sin duda se debía llamar Quijada, y no Quesada como otros quisieron decir. Pero acordándose que el valeroso Amadís, no sólo se había contentado con llamarse Amadís a secas, sino que añadió el nombre de su reino y patria, por hacerla famosa, y se llamó Amadís de Gaula, así quiso, como buen caballero, añadir al suyo el nombre de la suya, y llamarse DON QUIJOTE DE LA MANCHA, con que a su parecer declaraba muy al vivo su linaje y patria, y la honraba con tomar el sobrenombre della.
Limpias, pues, sus armas, hecho del morrión celada, puesto nombre a su rocín, y confirmándose a sí mismo, se dió a entender que no le faltaba otra cosa, sino buscar una dama de quien enamorarse, porque el caballero andante sin amores, era árbol sin hojas y sin fruto, y cuerpo sin alma. Decíase él: si yo por malos de mis pecados, por por mi buena suerte, me encuentro por ahí con algún gigante, como de ordinario les acontece a los caballeros andantes, y le derribo de un encuentro, o le parto por mitad del cuerpo, o finalmente, le venzo y le rindo, ¿no será bien tener a quién enviarle presentado, y que entre y se hinque de rodillas ante mi dulce señora, y diga con voz humilde y rendida: yo señora, soy el gigante Caraculiambro, señor de la ínsula Malindrania, a quien venció en singular batalla el jamás como se debe alabado caballero D. Quijote de la Mancha, el cual me mandó que me presentase ante la vuestra merced, para que la vuestra grandeza disponga de mí a su talante? ¡Oh, cómo se holgó nuestro buen caballero, cuando hubo hecho este discurso, y más cuando halló a quién dar nombre de su dama! Y fue, a lo que se cree, que en un lugar cerca del suyo había una moza labradora de muy buen parecer, de quien él un tiempo anduvo enamorado, aunque según se entiende, ella jamás lo supo ni se dió cata de ello. Llamábase Aldonza Lorenzo, y a esta le pareció ser bien darle título de señora de sus pensamientos; y buscándole nombre que no desdijese mucho del suyo, y que tirase y se encaminase al de princesa y gran señora, vino a llamarla DULCINEA DEL TOBOSO, porque era natural del Toboso, nombre a su parecer músico y peregrino y significativo, como todos los demás que a él y a sus cosas había puesto.